“Colorao” Aristeguieta, con Puebla por siempre


Después de andar por mil caminos, de vivir en países de diferentes culturas y costumbres, Fernando Aristeguieta no cambia a Puebla por nada de este mundo ni del que está por descubrirse.

“Allá me quiero quedar. Por eso es que me gustaría renovar mi contrato, que termina en 2024”.

Razones tiene el centro delantero de treinta años de edad y cabello rojizo que hace que en la familia se le llame “Colorao”.

En la ciudad mexicana de las 365 iglesias los aficionados no lo acosan, “como sí hacía le gente en Cali”, recuerda de sus días en el América, “porque aunque se me acercan y me tomo fotos con ellos, no pasan de ahí”.

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Además, hay otras razones: en Puebla lo esperan Linden, la esposa, y Lucas y Sofía, los hijos que le hacen dulce la vida al “Vikingo”, como le llaman en México por su barba que rescata de la historia a aquellos aventureros del norte de Europa.

Aristeguieta retornó a Venezuela con permiso del Puebla para recuperarse de aquí a julio de una seria lesión que le ha mantenido en el exilio del fútbol.

Reaparecerá el domingo en la alineación del Caracas, “pero voy a jugar solo algunos minutos ya hablados con Leo (Leonardo González, conductor del equipo). Eso mientras recupero mi estado físico”.

A los 17 años el primero

Porque el Caracas fue el kilómetro cero de su gesta goleadora. A los diecisiete años marcó su primera diana ante Trujillanos en Valera y fue campeón artillero.

Desde ahí partió a Francia, Estados Unidos, Portugal y Colombia, hasta llegar a la comarca de los aztecas. Por eso sabe que el fútbol venezolano no está bien, aunque le pareció que en la victoria de la semana pasada ante Arabia Saudita se vieron detalles.

“El equipo estuvo bien en el primer tiempo, pero luego perdió la estructura cuando el otro se le vino encima y debió meterse atrás”.

Aristeguieta ya lo ha dicho. Quiere seguir jugando y viviendo en Puebla, aunque también echa una mirada optimista hacia el porvenir porque ya ha hecho el curso para técnico.

Sí, fútbol, desde sus inicios en el colegio San Ignacio de Loyola hasta hoy. Sin embargo, y como buen venezolano, no ha perdido sus raíz beisbolera: es, al contrario de su padre magallanero, aficionado de los Tiburones de La Guaira.

Y por ahí, hablando de una cosa y de otra, Colorao aborda varios temas que expone de un lado a otro.

La embriaguez de la fama: “Aunque el fútbol no es para siempre, ella Ella no te deja quieto. Es para toda la vida”.

La plata del fútbol

“En el fútbol ganan dinero unos pocos. ¿Y los demás? En México los jugadores de la segunda división tienen que buscar otro trabajo para llevar la vida y mantener a su familia”.

El fútbol mexicano: “La Federación son los dueños de los equipos”.

La conversación termina. Fernando Aristeguieta, contento por el recibimiento efusivo de los aficionados al llegar al aeropuerto de Maiquetía, reconoce haber perdido ocho kilos por el paro, “aunque ya recuperé cuatro”, y espera conseguir en Caracas toda la riqueza de su juego, a veces sutil, casi siempre feroz y decidido, que parte desde su figura de 1.88 y con permanente rostro de gol.

En la Vinotinto hace falta alguien así. El Colorao quiere ser otra vez el Colorao.



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