El mal está de vuelta


Vinicius, casi llorando pero con la dignidad intacta, se volteó hacia la grada y miró hacia los aficionados con rostro que se debatía entre la rabia y la impotencia. Un rato antes, y durante un buen tiempo mientras discurría el partido, había sido denigrado por gargantas de las que salían voces altisonantes con palabras de insolencia como “¡macaco, macaco!”. Macaco, macaco, vaya.

¿Habrá visto alguna vez esa gente a uno de ellos para hacer la comparación, o solo lo conocen por los programas televisivos de National Geographic? Citamos este capítulo sin fijar dónde fue y cuándo porque pudo haber sido en cualquier ciudad y en un tiempo indefinido, y cuando, ingenuamente, se creía erradicado del fútbol. Fue en España, pero ha sido en Italia, en Francia, en Inglaterra, en Rusia, en Alemania o donde sea. No hay exclusividad de país o estadio, de equipo rival o de tipo de afición, porque el asunto, como las vueltas de la Tierra alrededor del sol, aparece una y otra vez

Porque no es “propiedad” de nadie en particular, sino de todos los que llevan en sus almas el sello de la discriminación. Desde hace algún tiempo la Fifa ha convocado campañas para desterrarla, “No to racism” se ha visto en enormes telas en los estadios, pero con el espíritu revanchista a flor de maldad, los supremacistas vuelven a la carga con más insultos. Porque no es una moda, sino una actitud ancestral que vive allá adentro, en la condición humana.

Salomón Rondón lo vivió en partido jugados en Rusia, y Sadio Mané, por entonces jugador del Liverpool, lo sufrió en sus días en Inglaterra. A tanto ha llegado ese comportamiento impropio que en Roma, los hinchas del Lazio, equipo que por su naturaleza acoge en su afición a las clases altas de la ciudad, han llegado a denigrar por el color de su piel a sus propios jugadores. El rechazo hacia la raza negra no es combatible con pancartas y mensajes; es una posición que está más allá de los discursos. Vinicius y los de su raza lo viven y lo van a seguir viviendo. El mal está de vuelta…

¿Y en Venezuela? Aunque sí se han visto y oído algunas manifestaciones, no dejan de ser una rareza. Estas locuras no encajan en este país amplio, capaz de albergar a todas las razas venidas desde cualquier confín del planeta.

Sería una contracorriente de la manera de ser del venezolano y de los que por aquí han echado raíces, agitar el mal gusto con el “¡macaco, macaco!”, sin darse cuenta de que al final de todo, y hurgando en lo que somos y lo que hemos sido, es posible que el macaco, macaco, así sea solo por una pizca, esté en todos los genes de los que aquí vivimos. Y para decirlo en criollo, a mucha honra.

Nos vemos por ahí.



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