Año 1526.
La carabela San Lesmes, comandada por el marino español Francisco de Hoces, trataba de atravesar el Estrecho de Magallanes junto al resto de naves que conformaban la flota de García Jofre de Loaísa, pero en medio de una violenta tormenta es alejada de la misma y empujada hacia el sur por el fuerte viento alcanzando los 55º de latitud, avistando el Cabo de Hornos a finales de enero y sobrepasando el extremo meridional del continente americano (lo que se conocía como “el acabamiento de la Tierra”).
Ese paso o estrecho del Océano Antártico que se encuentra entre el Cabo de Hornos, extremo sur del continente americano, y las Islas Shetland, al norte de la Antártida, sería llamado “Mar de Hoces” en honor al marino. También sería lo más cerca que se habría llegado hasta entonces a la zona antártica. Casi un siglo después, otro español, Gabriel de Castilla se acercaría aún más y tendría el honor de pasar a la Historia como descubridor de la Antártida.
A lo largo de los tiempos, los españoles hemos desarrollado una infame capacidad de dar un tratamiento poco digno o incluso olvidar a los héroes que escribieron nuestra historia. Sus increíbles hazañas tienden a desaparecer como la ceniza lo hace en el aire, a poco que se sucedan una o dos generaciones en las que dichas gestas no sean rememoradas con todo lujo de detalles. Por ello, me veo en la obligación moral de intentar poner mi granito de arena para explicar a los presentes y venideros, el calado y significado de la huella histórica de don Fernando Martín Espina, que al igual que Francisco de Hoces, abrió el camino de ultramar aventurándose a lo desconocido.
LA FIGURA
Mi admirado Andrés Monje escribió una vez: “El baloncesto no esperaba a Tim Duncan. Ni siquiera imaginaba su existencia. No podía, del mismo modo que en la vida no es posible aguardar lo verdaderamente diferencial.”
Ese sentimiento, que de manera tan precisa describe Andrés, fue el que inflamó las maltrechas esperanzas deportivas de un país entero con la irrupción de Fernando en el horizonte nacional. Nadie estaba preparado para la llegada de alguien así. España contaba con buenos deportistas en general y buenos jugadores de baloncesto en particular, pero estaba completamente huérfana de un líder. Alguien que tirase de un carro al que le sobraba calidad, pero que seguía con las ruedas enterradas en el fango del victimismo deportivo. Situación que había llevado a la sociedad a contaminarse emocionalmente hasta desarrollar un enfermizo sentimiento colectivo de conformismo.
Como muestra un botón. Recuerdo a mi madre, cada vez que en la televisión emitían una competición deportiva, la que fuese, repetir el mismo mantra tóxico de: “Ya verás como el Español queda el último”.
Fernando Martín era ese líder, es más, lo era ya antes de tener conciencia de su situación como tal. Porque el líder auténtico nace, no se hace. Son personas que desde muy jóvenes, demuestran una sobrada facilidad para asumir ese rol tan específico. Estas personas gozan de cualidades innatas como carisma, confianza en sí mismos, espíritu de sacrificio y una capacidad sobrenatural para dominar a su antojo el contexto que los rodea. Nuestro protagonista reunía esas condiciones desde el día en que el azar lo colocó debajo de una canasta.
Fernando sufría desde pequeño reuma del corazón, enfermedad que afortunadamente pudieron tratar a tiempo y que le llevó a practicar deporte por prescripción médica. Después de probar varias disciplinas, un jugador del estudiantes, Mariano Bartivas, se cruza en su camino a modo de entrenador de baloncesto de su colegio y se convierte en el primer “culpable” de que yo hoy esté aquí escribiendo esta historia.
El posterior ascenso de Fernando a la élite del deporte se produce de una manera tan vertiginosa como rotunda. Un físico privilegiado y un instinto competitivo impropio de alguien de esa edad, eran las principales armas con las que se abrió paso ante la incredulidad de propios y extraños. Al año siguiente ficha por el juvenil del Estudiantes. Tan solo un año después accede al primer equipo, donde se consolidó como titular en su segunda campaña. Con 18 años era pívot titular de un Estudiantes que había acabado llevándose un meritorio subcampeonato. Pero es el Madrid, quien poco después se hace con los servicios de Fernando, superando una dura pugna con otros equipos que le pretendían, desembolsando la nada despreciable cantidad de 10 millones de las antiguas pesetas.
Había nacido el primer icono del baloncesto de la historia de España.
EL DEPREDADOR
Nuestro protagonista llega a una institución deportiva muy disciplinada y circunspecta, que como casi todas las de su estilo cuenta con una jerarquía establecida. En su primer partido con la camiseta blanca, Fernando Martín anota la friolera de 50 puntos y deja meridianamente claras sus intenciones. No ha venido para estar a las órdenes de nadie, lo ha hecho para liderar.
Corbalán, Romay, Cristóbal, Iturriaga o el mismísimo Mirza Delibasic, se rinden a la evidencia desde el primer día. Pero ¿Cuál era ese talento diferencial que lo hacía único? Fernando era un tipo bastante alto (2.05m) que corría la cancha con facilidad y que gozaba de una fuerza física imponente. En palabras del doctor Juan Antonio Corbalán: “Tenía una expresión dinámica de sus potenciales, que al final resultaba en una persona muy por encima del resto” “La fuerza sin velocidad, no vale nada, la fuerza sin resistencia, no vale nada, la resistencia sin velocidad, vale muy poco, de tal manera que estas características tienen que estar unidas, como así se daba en el caso de Fernando” Pero la cosa no acaba ahí, la voraz ética de trabajo de Fernando se alimentaba de un instinto competitivo propio de un depredador. Esa delgada línea instintiva que diferencia a los competidores de los ganadores. No en vano, una de sus frases más recurrentes era: “No me he levantado para perder”
Fernando se adelantó a su tiempo en todos los sentidos. Era en aquella época, la viva imagen de lo que hoy conocemos como “Mamba Mentality”, término que hace referencia a la filosofía de vida de Kobe Bryant que marcó su forma de ser en la cancha, y que se resume en una enfermiza necesidad de superación constante. Según mi buen amigo Javier Bógalo, autor del libro “Kobe”, dicha filosofía se construye sobre 3 pilares fundamentales: Trabajo, sacrificio y fe indestructible en uno mismo.
Para la gente así, nunca nada es suficiente y solo el cielo es el límite.
De la mano del fenómeno, el Real Madrid se hizo grande mientras acumulaba títulos al igual que un niño acumula cromos, pero había otro reto que debía afrontar de manera inexcusable: La selección española. Si había un equipo que necesitara un líder, ese era el combinado nacional. Ese victimismo al que hice referencia al principio del ensayo, había convertido al público en una masa conformista acostumbrada a perder, pero esos días llegaban a su fin. Perder, nunca fue algo que figurase en la hoja de ruta de Fernando. Nuestro protagonista iba a dar un empujón deportivo y moral de proporciones descomunales a dicho equipo, llevándolo hasta cotas jamás soñadas por los más optimistas.
Se avecinaba algo muy grande…
LOS ANGELES 84. GLORIA Y ESCAPARATE
La llegada de Fernando a la selección, fue algo más que un soplo de aire fresco. El salto cualitativo, moral y deportivo que experimentó el equipo, fue uno de los más notables de la historia del baloncesto. Por poner un ejemplo más contemporáneo sobre aquella situación, digamos que representó algo parecido a cuando Charles Barkley fichó por los Phoenix Suns en 1992. El equipo tenía calidad pero les faltaba una pieza que hiciera funcionar el engranaje. Una pieza capaz de elevarlos a todos a una nueva dimensión del juego en la que jugar sin complejos y ya no tener miedo a nada. Ese era el “efecto Martín”. Uno de los mejores instrumentos que tenía Fernando para hacer valer su rol de líder, era la facilidad con la que transmitía.
Era un tipo que “llegaba” a la gente. Era culto y educado (pese a no haber sido un estudiante modelo) y siempre trataba con respeto y cariño a sus compañeros. Su descomunal autoconfianza infundía serenidad al resto del equipo, haciéndolos creer capaces de todo. De repente, los complejos desaparecieron y todos querían ganar siempre, costase lo que costase. El salto de calidad que supuso la incorporación de Fernando al combinado Nacional, posibilitó victorias antaño impensables, como las de Rusia, Yugoslavia e incluso la primera victoria oficial sobre el equipo de los Estados Unidos (Mundial de Cali). La eclosión del combinado nacional era evidente, y bajo su motivador influjo, llegaron a la cita olímpica de Los Angeles 84´.
Pese a unos más que serios problemas de espalda, Fernando coge la batuta con mano de hierro y guía al equipo hasta la final, dejando por el camino a la Yugoslavia de Petrovic y Dalipagic en semifinales, en un partido tan épico que incluso inspiró versos de canciones.
Llegar a la final contra Estados Unidos era ya considerado por todos como una victoria, daba igual que les ganaran de 20 o de 30. El boom definitivo del baloncesto en España iba de mano de aquella plata y de Fernando Martin, quien, dicho sea de paso, parecía el único en no estar satisfecho del todo con aquel logro.
Para el cerebro de un ganador, es imposible identificar un subcampeonato con un triunfo. Para él, el segundo era el primero de una larga lista de perdedores.
Aquella desafiante mirada, delataba una rabia interior que solo puede ser destilada por aquellos que tienen en su ADN el gen de campeón.
Fernando quería más, y el mundo había podido ver de primera mano de lo que era capaz.
Solo era cuestión de tiempo. No demasiado…
AVISTANDO TIERRA PROMETIDA
La plata olímpica había desatado la locura en un país en el que el deporte mayoritario hacía tiempo que no daba alegrías en forma de títulos. Los niños del país pasaron de querer ser como Santillana, Quini o Señor, a querer ser Fernando Martín, Corbalán o Epi. No voy a decir que el trono del deporte rey peligrase, pero sí que recibió una sacudida más que notable.
Ajeno a todo esto, durante el transcurso de una cita con la selección Fernando se dirige a Lluis Cortés, asistente de Antonio Díaz Miguel, y le comenta que hay un tipo que le llama y le dice cosas en inglés que no entiende. Que a ver si la próxima vez se puede poner él al teléfono. Aquél tipo resultó ser Jerry West, por aquel entonces General Manager de Los Lakers, y se estaba interesando por Fernando. Lo había conseguido. La mejor liga del mundo llamaba a su puerta.
El draft de 1985 escribía la primera letra de oro del libro de la historia del baloncesto español, pues en el número 38 de la segunda ronda, los New Jersey Nets seleccionaban a Fernando Martín Espina, del Real Madrid, España.
La oportunidad de demostrar que tenía un sitio entre los grandes, era mucho más que eso. Era un regalo casi mágico para una generación que había crecido admirando a nuestro protagonista y sus contemporáneos. Era un motivo para soñar despiertos, imaginando que era posible acceder a aquel lejano y misterioso mundo del que imaginábamos más cosas de las que sabíamos, y del que todos poseíamos algún “santo grial” en forma de poster en la habitación. La falta de información sobre aquel lugar en el que contendían los 240 mejores jugadores del mundo, aumentaba la mística que lo envolvía de manera exponencial. Fernando no iba a vivir su sueño, iba a protagonizar el sueño de una generación entera. Dar el paso no era precisamente fácil, pero el espíritu de superación era el principal combustible que alimentaba el motor de nuestro aventurero. Aquello significaba un hecho sin precedentes en el baloncesto español y europeo, pues podía significar la llegada a la mejor liga del mundo, del primer transoceánico no formado en una universidad americana. Algo impensable hasta la fecha. Fernando, como siempre en su vida, se enfrenta a su destino y asume el reto de cruzar el charco para participar en el campus de los New Jersey Nets, dejando atrás todas las cosas importantes de su vida. En palabras de su hermano Antonio: “Por tocar un sueño renunció a casi todo”
Una vez allí, la calidad de Fernando sorprende a todos. El pívot español, que se encontraba en el mejor momento de forma física de su carrera, no defraudaba ante las expectativas generadas durante los JJOO. Tal fue así, que Lyle Spencer, del New York Post, llegó a afirmar: «Si juega tres años con los profesionales, se convertirá en uno de los cinco mejores ala-pívots del mundo». Los Nets estaban muy interesados en incorporarle a la plantilla, pero la incompetencia de su agente, Lee Fentress, que no se presentó a una importante reunión por encontrarse de vacaciones, marcó el devenir de los acontecimientos. Fernando, a pesar de estar de acuerdo en perder bastante dinero con ello, no pudo materializar su contrato con la franquicia de New Jersey y tuvo que regresar a España para seguir jugando en el Real Madrid. Esta vez, de la mano de su nuevo agente, Ángel Paniagua.
La llegada definitiva a la tierra prometida se había visto frustrada por causas ajenas a su voluntad.
Por otro lado, estaba la imposibilidad de jugar torneos con la selección española desde el momento en que firmase contrato con la NBA. Algo que hoy nos puede resultar un absurdo de enormes proporciones, pero que por aquel entonces era condición sin ecuánime para pertenecer a la liga estadounidense. La selección española albergaba grandes esperanzas para el mundobasket que se disputaría en España en 1986, y para Fernando, suponía un premio de consolación bastante importante el hecho de no dejar en la estacada a sus compañeros ni a su país. No después de lo que habían logrado juntos.
Su calidad había quedado más que demostrada en el campus, así que solo era cuestión que esperar.
EL PIONERO
En 1970 nacieron los Trail Blazers. El nombre, que significa literalmente “Los pioneros”, se inspiró en el libro “The Trail Blazers: The Story of the Lewis and Clark Expedition”. La expedición de Lewis y Clark fue la primera llevada a cabo por estadounidenses, y cruzó el oeste del actual Estados Unidos, finalizando muy cerca de lo que hoy en día es Portland, Oregón.
Durante el verano de 1986 Fernando recibe la oportunidad definitiva para asentarse en la NBA, de la mano de una invitación al campus de los Portland Trail Blazers.
¿Casualidad o designios del destino?
Sea como fuere, Fernando vuelve a convencer de su calidad, esta vez a los de Oregón y consigue firmar un contrato con la franquicia. Clyde Drexler, Kiki Vandeweghe y Walter Berry, entre otros, iban a ser los compañeros del primer español que iba a vestir una camiseta de la NBA por derecho propio. Del hombre que había conseguido que el baloncesto cobrara sentido en un país. Pero no todo iban a ser alegrías.
Fernando llegó a la NBA en una época en la que la ortodoxia posicional se regía por unas férreas pautas. Los equipos buscaban desesperadamente hacerse con un “7 pies” (jugador de más de 2.10 metros) porque veían en el la indiscutible representación de lo que debía ser un pívot puro, un “5”, un “center”, un “man in the middle”. Un rol que por aquel entonces resultaba imprescindible tener cubierto para poder tener opciones a algo. Fernando era un pívot con unas condiciones físicas soberbias, pero que únicamente llegaba a los 2 metros y 5 centímetros. Esa circunstancia, le iba a sentenciar de mano a tener que ocupar la posición de ala-pívot o incluso la de alero, algo a lo que no estaba para nada acostumbrado.
Por primera vez en su vida, Fernando iba a darse de frente contra un muro cimentado por sus propias limitaciones. Algo que le llevaría a una situación mental complicada, que le obligaba a estar continuamente buscando su sitio, uno que no aparecía. La situación no era la idónea, pero la desilusión jamás se apoderó de él. No había llegado hasta allí para poner excusas. Los muros se saltan o se derriban, pero no se queda uno frente a ellos lamentando no estar al otro lado. No al menos la gente como Fernando. Su esfuerzo principal se centró desde entonces en adquirir más movilidad y mejorar su tiro de media distancia, que ya de por si era bastante decente. Aquellos dos aspectos se antojaban claves si quería disfrutar de minutos dentro del nuevo rango posicional en el que se debía mover.
El 31 de Octubre de 1986, coincidiendo con la festividad de Halloween, el gran momento llegó. En el parqué del “Veterans Memorial Coliseum” de Portland, aparecía la figura del primer español que iba a debutar en la liga de las estrellas. Don Fernando Martín, el pionero.
“The Trail Blazer”
Fueron 2 anecdóticos minutos, quizá propiciados por la presencia de periodistas españoles en el pabellón, pero eso jamás ensombrecerá la fecha que marcó un hito para el baloncesto español. Un hecho que ha trascendido de generación en generación y que está destinado a tener eco a perpetuidad.
Fernando se dejaba literalmente la piel para intentar encarnar su nuevo rol, pero los minutos no iban a llegar tan fácilmente. Ahora, además de estar desplazado de su “zona de confort”, estaba infrautilizado. Mike Schuler era un entrenador novato, circunstancia que le hacía no ser muy dado a experimentos. Las rotaciones eran las que eran y no había más. Pese a tener todo en contra, Fernando conseguía sacar beneficio de la situación, pues como relata su hermano Antonio, “era tan inteligente, que a pesar de lo que estaba pasando, era capaz de aprender todos los días”
Y es que, aunque ahora pueda parecer algo normal, en aquella época resultaba un hecho extraordinario, ver a Fernando emparejado con Julius Erving. Era como si, de repente, Paco Rabal o José Sacristán estuvieran rodando una película junto a Robert De Niro.
Aquella posibilidad de aprender de los más grandes, pronto sería lo único que inclinaría la balanza del lado positivo.
Las oportunidades no llegaban, ni siquiera con la lesión de Sam Bowie, pues Los Trail Blazers se hicieron con los servicios de Kevin Duckworth para suplir la mencionada baja. Curiosamente, fue Duckworth quien le rompió la nariz a Fernando en un entrenamiento. Como decía mi abuela: “A perro flaco, todo son pulgas” .Las pulgas siguieron llegando en forma de lesiones, que lo mantuvieron apartado de las canchas más de dos meses. Aquello sepultaba definitivamente sus posibilidades de incrementar la participación en el equipo. La mala suerte se cebaba con Fernando, mientras en el otro lado del océano, una gran cantidad de gente maldecía a aquel cuerpo técnico por desaprovechar el potencial de su héroe.
Una cita que tradicionalmente se le atribuye a Albert Einstein, reza: “Todo el mundo es un genio. Pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil”. Fernando era tan consciente de su gran valía, que comenzó a ver aquel árbol como algo que no necesitaba trepar. Quería recuperar su juego, sus sensaciones, su rol, su vida. Pero también era consciente de que solo había una manera para reencontrarse con todo lo que había perdido. La expedición comenzaba a no ser viable y parecía estar tocando a su fin…
NÉMESIS
Lolo Sainz y el Real Madrid, eran perfectamente conocedores de la desafortunada situación en la que se encontraba Fernando, así que antes de que pudiera barajar las opciones de irse traspasado a otro equipo de la NBA, le pusieron sobre la mesa 100 millones de pesetas. Cantidad que aun hoy asombra por su magnitud.
La estratosférica oferta del club blanco, unida a la escasez de posibilidades de maniobra en la NBA, propiciaron el regreso de Fernando a España. El hijo pródigo volvía de su aventura, y lo hacía con una necesidad, casi patológica, de demostrar que seguía siendo el mismo. No iba a ser una empresa fácil, pues se iba a encontrar una liga dominada por el Barcelona de Epi, Solozabal y otro ex de Portland, Audie Norris. Jugador que iba a encarnar su Némesis desde aquel momento hasta el fin de sus días.
Norris parecía haber sido diseñado en un laboratorio por alguien que estuviera buscando el arma perfecta para neutralizar a Fernando Martín, pues era una mezcla de pura potencia física y carácter, como pocas veces se había visto a este lado del Atlántico. El duelo estaba servido. Aquella repentina rivalidad, se iba a materializar en forma de una serie de enfrentamientos personales, como nadie había visto hasta la fecha.
La zona pasó a ser un improvisado campo de batalla, en el que solamente imperaba la ley del más fuerte. Un choque continuo de dos toros salvajes en el que, ninguno de ellos estaba dispuesto a retroceder un centímetro. Aquellas pugnas en las que estaba prohibido hacer prisioneros, se convirtieron en auténticas guerras, pero no algo como las guerras modernas, sino más parecido a las contiendas de la antigüedad. Aquellas en las que el valor, por encima de todas las cosas, era la primera cualidad del guerrero. Porque de la nobleza solo puede surgir el honor. Porque cuando dos toros salvajes luchan entre sí en la naturaleza, lo hacen por instinto de supervivencia pero jamás por maldad.
Cada centímetro de espacio, cada balón, cada rebote, cada bloqueo, todo se convertía en algo extremadamente duro y difícil cuando Fernando y Audie se emparejaban. Sus compañeros, fueron meros espectadores de aquellas 15 soberbias luchas sin cuartel que quedarán para siempre en la retina de los aficionados y que cambiaron la manera de ver el baloncesto en España. Fuera de las canchas, aquella gran rivalidad se tornaba en un sin fin de palabras de elogio del uno hacia el otro. La lucha jamás trascendió más allá del campo de batalla del parqué, demostrando al mundo que se podía ser rival sin ser enemigo. Una rivalidad que declaró a ambos como vencedores, porque desde el primer choque de aquellos pura sangre, quedó claro que no se trataba de ganar o perder, sino de que no rendirse nunca, representaba la mayor victoria posible.
“La victoria está reservada para aquellos que están dispuestos a pagar su precio” (Sun Tzu).
LAS LÁGRIMAS DE UN PAIS
Luis es un muchacho de apenas 23 años que compagina su amor por el baloncesto con sus estudios de ingeniería química. El 3 de diciembre de 1989, Luis está estudiando en el despacho de su padre. Un recinto de colores oscuros y organización meticulosa, como lo son los despachos de los abogados. Un ambiente metódico perfecto para concentrarse, en el que solamente destaca una radio de fondo que Luis gusta de escuchar a la vez que memoriza sus fórmulas. Cuando enciendes la radio para estudiar, prácticamente no escuchas lo que dice, sencillamente estableces un sonido de fondo que te hace cierta compañía, pero de repente, la locutora interrumpe la canción para decir algo que hace a Luis levantar la cabeza y permanecer inmóvil:
“A primeras horas de esta tarde, ha fallecido en accidente de tráfico en la M30 el jugador de baloncesto Fernando Martín”
La noticia continúa pero Luis no es capaz de escuchar más. Su corazón se ha disparado y sus ojos permanecen abiertos sin parpadear mientras las lágrimas afloran casi instintivamente. Está roto, literalmente. Alguien que no era de su familia, que ni siquiera conocía, le acaba de partir el alma.
Se llama admiración.
Luis es mi cuñado, aunque realmente es más que eso. El hermano que nunca tuve. Yo era muy pequeño cuando Martín falleció, así que he necesitado ver a través sus ojos, lo que sintió el país entero en aquel maldito día. Aún hoy se emociona recordándolo muchos años después.
La nación entera se paralizó, mientras miles de personas, al igual que Luis, se sobrecogían de una manera violenta y dolorosa. Si fuera posible apreciar el ruido de un corazón rompiéndose, en la tarde del 3 de diciembre del 89 se hubiera producido un estruendo en España similar al de una bomba atómica. Fernando se había ido dejando atrás un hueco mil veces mayor del que vino destinado a ocupar. Nos dejaba el hombre que había demostrado a una generación entera que solo es imposible, aquello que no se intenta, y lo peor de todo es que lo hacía sin avisar.
“El miedo a la muerte es el resultado de tenerle miedo a la vida. Un hombre que vive plenamente está preparado para morir en cualquier momento.”
Mark Twain.
EL LEGADO
Al igual que hiciera Gabriel de Castilla, Pau Gasol aprovechó el paso descubierto para asentarse definitivamente en la tierra prometida y lograr fortuna. Muchos vinieron detrás y seguro que aún mas están por hacerlo, pero lo que nunca deben olvidar, es quien fue el causante de que ellos tengan esa oportunidad. Aquel que se lanzó a lo desconocido dejándolo todo atrás por un sueño. El que marcó las huellas que todos ellos han seguido o seguirán.
Unas huellas que marcarán por siempre el camino hacia la eternidad.
“Los hombres pasan, el espíritu permanece”
Allá donde estés, gracias por todo, Fernando.