Sin muchas vueltas, sin grandes esfuerzos, se sabía que Argentina, Brasil y Uruguay iban a ser vanguardias de cada grupo y que iban a estar, en representación de Suramérica, en el Mundial. No había escapatoria. A veces, muy contadas, se colaban Perú, Chile, Paraguay y Colombia, porque ni Ecuador, Bolivia o Venezuela solían tener presencia. Así pasaba la vida, así pasaba el fútbol por la región. Había en todo esto como un cierto romanticismo, una lírica que hacía parecer, aunque no lo fuera, al fútbol amateur. Los grandes se reafirmaban; los del medio aspiraban a un lugar; los otros, solo esperaban que sus ángeles de la guarda los ayudaran a alcanzar lo que era inalcanzable. Pensar en ser mundialista eran quimeras, sueños de amores no correspondidos. Ahora recordamos estadios venezolanos llenos con gente esperanzada, ilusiones vanas que se convertían en humo cuando llegaban aquellos goles albicelestes, verdeamarillos, celestes…
El fútbol lo pensó, y en correspondencia con los tiempos actuales, se dijo: ¿por qué no romper con los pequeños grupos de tres o cuatro selecciones y arma un gran campeonato con todos? La afición crece, el interés es cada día mayor. Habrá “harto” dinero para cada uno. Es decir, se pasó de un compromiso casi doméstico, de limitadas dimensiones, a otro de largo alcance. Saliendo del laberinto de la diminuta economía, Suramérica dio el salto de gigantes a lo que hoy aparece en el mapa. Cada año aumentan los ingresos, porque cada año el fútbol se hace más grande como empresa en detrimento del deporte mismo. Pero, esto, aunque sea a regañadientes, hay que aceptarlo; de no ser así, pues corremos el riesgo de quedarnos varados en una estación en medio de la aridez del desierto…
Pero en el fútbol, como en casi todas las dimensiones del quehacer humano, Europa va adelante. A veces nos critican por esto, que no es preferencia sino pararnos ante las realidades. Una de las razones visibles es la cuantía del dinero ganado por los jugadores; si no fuera así, ¿cómo se explica que casi todos guardan en el baúl de sus aspiraciones, partir y echar el ancla en el otro lado del mar? Solo algunos de los que disputan balones en Brasil y México, dados sus desarrollos como empresas futbolísticas, podrían eludir la magnífica tentación de buscar a España, Italia, Inglaterra, Alemania y Francia como destino de sus ansias y coronación de sus carreras. El fútbol de América del Sur, no obstante, es también campo de superación y crecimiento. Veremos si Venezuela, por alguna vez, pueda andar por esos finos caminos que van, como en el título de esta columna, “del romanticismo al buen dinero”.
Nos vemos por ahí.