
🎾 David Martirosian vs Dillon Beckles
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En un calendario con cada vez más encuentros, torneos de mayor duración, giras interminables y sin apenas descanso hasta mediados de noviembre, la Copa Davis, para muchos, parecía estorbar. Había perdido el lujo de antaño, decían: cada vez menos jugadores de la zona noble del ranking se animaban a representar a su país, sin mayores argumentos que el emocional, un componente patriótico insuficiente ante el desgaste físico de todo el año. Al menos esto es lo que decía Gerard Piqué en su intento por revolucionar esta competición, una revolución que acabó con la ITF en juicio, Kosmos pegando la espantada y el evento por equipos de mayor solera de nuestro deporte agonizando todavía más.
En un intento por reflotar la esencia verdadera de este torneo, la ITF, en pleno control de la competición desde el punto de vista empresarial, ha vuelto a ciertos orígenes. El experimento de que fase de grupos y eliminatorias finales se celebrasen en una única semana acabó rápido, con jornadas interminables y partidos que finalizaban de madrugada: el de espaciar la fase de grupos en sedes diferentes también, con eliminatorias en sedes vacías, desprovistas de alma. Ahora, el nuevo formato híbrido comprime algo más el calendario, sí… pero nos ha traído de vuelta, al menos en un par de ocasiones, el ambiente local/visitante que siempre fue la esencia de esta competición.
Porque si la Copa Davis siempre fue única es por las emociones que sintieron los aficionados españoles (y también daneses) que llenaron los asientos de Puente Romano. Gradas llenas y una afición dispuesta a llevar a los suyos en volandas: el elemento diferenciador en un deporte donde en el resto de semanas compites por y para ti mismo. Lo decía David Ferrer en la rueda de prensa final: lo vivido en los últimos días se asemejó, al fin, a lo que él experimentó como tenista… y nada más bonito que los que ahora son sus pupilos también tengan la piel de gallina ante esta circunstancia.
LA DICOTOMÍA DE UN CALENDARIO ABRASADOR Y EL SENTIDO DE LA DAVIS
Dar pasos hacia el modelo antiguo, alguno dirá, devolverá a esta competición a esa especie de exilio forzado en el que se había instalado desde hace algunos años: aparecerán de nuevo los tenistas top que renuncian a disputar eliminatorias por una cuestión de calendario y cansancio. Lo cierto es que la competición se encontraba en una encrucijada, y se encuentra todavía, de difícil solución: la alternativa reciente libera de semanas a los jugadores, pero choca de manera frontal con el alma del torneo, mientras que la vieja alternativa sobrecarga más a los tenistas, pero recupera el verdadero significado de la competición.
En el medio, quizás, esté la virtud. Otorgar puntos ATP a cada victoria podría ser un acicate goloso para muchos, una forma de hacer ver que representar a tu país también puede generar un beneficio individual; que la competición pase a disputarse cada dos años y no cada uno, eligiendo citas en el calendario con mayor cuidado y haciendo hueco más allá de las semanas postGrand Slams, podría también incitar a más jugadores a representar a sus selecciones.
Sin embargo, ya hemos visto que muchos grandes tenistas priorizan disputar exhibiciones antes que comprometerse a cambios de superficie para representar a su país. Están en su pleno derecho: el aliciente monetario es irresistible y les permite tener un gran colchón cada temporada, la exigencia física y mental es incomparable y, y esto es lo más importante, no le deben nada a nadie: cada partido y cada competición que disputan tiene como objetivo poner el pan en la mesa.
A veces, sin embargo, se busca una solución para la Copa Davis que va más allá de los jugadores. El segundo elemento diferenciador de esta competición, o al menos como yo la concibo, precisamente pone el foco en ellos: la Davis jamás necesitó de las primeras espadas para brillar, puesto que los héroes inesperados son el alma de este torneo. Julian Escudé, Radek Stepanek, Fernando Verdasco, Viktor Troicki, Federico Delbonis… ¿les suena? Sin ir más lejos, lo vivimos este fin de semana en Puente Romano: Pedro Martínez convirtió las dudas en júbilo tras firmar una de las actuaciones más especiales de su carrera, demostrando que lo que se vive en esta competición siempre fue más allá del número que acompaña a los rankings.
Cuando entendamos eso, la Copa Davis volverá a ser lo que fue. Volverá a generar ambientes inolvidables que pegan a todo un país a la televisión. Volverá a generar emociones inolvidables en niños que algún día querrán imitar a sus ídolos. En un panorama cambiante, sí, y con ciertos matices que puedan atraer más a los mejores… pero sin buscarles expresamente a través de fases de grupo vacías que, una vez pasados varios años tras el cambio, tampoco les atraigan. No se engañen: la Copa Davis es Marbella, Groningen, Lima, Atenas y muchas ciudades más. Este fin de semana, créanme, todos volvimos a ser un poco más jóvenes y disfrutamos de un torneo que siempre será legendario. Ojalá hacerlo con más frecuencia pronto.