Por estas cosas que lamentablemente cada vez son más habituales en el deporte moderno, Belgrado acogió esta semana la edición 2025 de la Supercopa de la VTB, con dos equipos rusos, CSKA y Zenit, enfrentándose a dos rivales de Euroliga: el novedoso Dubai Basketball Club y un anfitrión que no lo era del todo en la figura de un Estrella Roja que puso sobre la mesa las dudas que la configuración de su plantilla este verano había vaticinado.
La cuidada organización del evento buscaba obviamente ofrecer una gran imagen, pues ya sabemos que no es nada habitual encontrar representantes rusos compitiendo fuera de sus fronteras desde que en 2022 se produjera la invasión de Ucrania. En el caso del CSKA, sobran dedos en una mano para contar sus salidas por Europa desde entonces. Un escarceo por Bosnia y Herzegovina, algunos más por Turquía y pare usted de contar. En este caso el despliegue fue enorme, incluyendo speaker en ruso —además de otro serbio—, espectáculos del descanso relacionados con la cultura del país, o hasta un partido de viejas glorias que, en la previa del torneo, se celebró en una de esas icónicas canchas que hay en el corazón de la ciudad blanca, el céntrico parque Kalemegdan. Allí donde dicen los más veteranos del lugar que nació el baloncesto yugoslavo resultó curioso volver a ver de corto, entre otros, a Timofei Mozgov. Eso sí, no hubo himno ni bandera rusa en ningún momento. Y claro, no faltó el susto acorde a los tiempos que corren, pues uno de los vuelos de la organización hubo de ser retrasado por problemas de seguridad en el espacio aéreo ruso.
Deportivamente hablando, parece claro que el CSKA ya no es aquel gigante que dominaba con puño de hierro la Euroliga. Ahí siguen clásicos como Antonov, Kurbanov o Ukhov, junto a representantes de una generación rusa a los que de momento cuesta ubicar, como el alero Samson Ruzhentsev —20 puntos en la final—, con pasado en la Universidad de Florida o el Mega Vizura serbio, así como el recientemente fichado Alexander Chadov. Junto a ellos, la brigada internacional tampoco resuena con el lustre de otrora: viejos conocidos de la Liga Endesa, como Livio Jean-Charles, Tonye Jekiri o Melo Trimble, junto a un veteranazo como el base Casper Ware y Antonius Cleveland, alero el curso pasado del Maccabi. Un plantel al menos un par de escalones por debajo de lo que un día fue, pero que sabe explotar sus virtudes y con ello se las bastó y sobró para dominar su primer torneo oficial de la temporada. Zenit de San Petersburgo y Estrella Roja pasaron por el yugo del equipo que, no hace tanto, era el principal tirano del baloncesto europeo. Con el griego Andreas Pistiolis a los mandos, los moscovitas fueron una sólida apisonadora que demostró que, pese a la situación política que les mantiene ocultos a ojos del gran público y con un presupuesto muy alejado del que un día tuvieron —en torno a 8 millones de euros—, su capacidad competitiva sigue fuera de toda duda. Aspirar a ganarla resultaría complicado, pero visto lo visto en Belgrado, podrían seguir siendo un hueso en la Euroliga para muchos.
La final rusa fue un duelo sin historia (96-79) resuelto ya prácticamente al descanso a favor del gigante moscovita (49-32). Trimble (MVP, 26 puntos) y Jean-Charles (16, en una versión muy mejorada del jugador que pasó por Málaga en 2018) junto al emergente Ruzhentsev lideraron la ofensiva de un equipo que también atrás ha rayado a un nivel altísimo. Enfrente, un Zenit desbordado en el que Alex Poythress enseñó que sus muelles siguen intactos pero que, con los rusos Zhbanov y Shcherbenev como principales referentes ofensivos, se quedó muy lejos de siquiera competirle a un CSKA que ya en la semifinal había sido capaz de sacar de la cancha a un esperpéntico Estrella Roja (67-89, con 2 de 27 triples para los serbios), pitado por sus pasionales seguidores, bastantes de los cuales incluso se marcharon con varios minutos del encuentro aún por disputarse. Su sorna inicial, con gritos de “¡Olympiakos, Olympiakos!”, recordando a su rival ruso aquellas inesperadas derrotas europeas con Spanoulis y Printezis como verdugos, acabó con cabreo y lógica preocupación. Mucho trabajo tiene por delante Ioannis Sfairopoulos si quiere que, en una Euroliga con varias plantillas mejoradas y el Hapoel entrando con enorme fuerza, los suyos puedan aspirar al menos al play-in. Mal augurio para una plantilla que parece tener demasiados cromos repetidos y que, con Dejan Davidovac jugando solo ante el Dubai mostró mucho físico, pero este resultó muy insuficiente frente al CSKA dado su pobre conocimiento del juego.
Otro gran aliciente del evento era palpar la construcción del Dubai a menos de una semana de su estreno en la Euroliga. Con Dzanan Musa y Filip Petrusev firmados por tres temporadas, la apuesta es firme y el dinero no será un problema, pero el club aún sigue en pañales en muchos aspectos. “Esto es casi una startup”, bromeaba entre bambalinas un trabajador de la entidad. “Y lo es para lo bueno y para lo malo”, rubricaba. La grave lesión de Mam Jaiteh ha sido su más reciente dolor de cabeza, y será paliada con Sertac Sanli, perfil evidentemente muy diferente al del galo. Otro lesionado, mucho menos grave, fue por cierto el principal foco de atención de los aficionados presentes en el Belgrado Arena: “¡Aleksa, Aleksa!”, se escuchaba cada dos por tres, con niños deseosos de una foto o un autógrafo de Avramovic, ese tipo que con tanto carácter juega cuando se pone la plavi de Serbia, lo que le convierte en ídolo infantil. En el mismo proceso de aprendizaje que el club parece el equipo que dirige Jurica Golemac, que fue muy superior al Zenit de San Petersburgo durante muchísimos minutos, con Musa, Dwayne Bacon y el joven Kosta Kondic como estiletes (25, 21 y 22 puntos, respectivamente), pero que echó en falta mayor experiencia y consistencia defensiva a la hora de la verdad y se dejó remontar (103-107) por su rival ruso, también con tres jugadores por encima de la veintena: Poythress 25, ‘Neno’ Dimitrijevic 23 y Trent Frazier 22. Un triple de este último y un inoportuno resbalón de Musa en el último ataque dubaití resultaron claves a la hora de la verdad.
De esa forma, los dos equipos de Euroliga se enfrentaron por el tercer y cuarto puesto de esta peculiarísima Supercopa rusa, en un duelo que sirvió para palpar lo poco que le ha gustado a la afición blanquirroja la decisión de Filip Petrusev de firmar por el proyecto emiratí pese al acuerdo que existía entre Olympiacos y Estrella Roja para que el interior repitiera campaña en Belgrado. Pero el olor de los petrodólares fue mayor y el interior serbio dejó con un palmo de narices a una afición que ahora le trata de mercenario. Apuesten, no se equivocarán, a que su visita en Euroliga a su exequipo será un partido muy caliente, con más decibelios incluso de los habituales en el majestuoso Belgrado Arena. Los serbios se llevaron el gato al agua (82-80) y lograron lamerse un tanto las heridas de la dolorosa derrota del miércoles, aunque sufrieron por el camino una lesión de Isaiah Canaan en la rodilla izquierda. Consistentes Nwora (19 puntos, 5 rebotes) y Moneke (15 y 8), pero el factor diferencial en los minutos finales fue Tyson Carter. El ex del Unicaja sacó su mejor versión clutch, esa que tan bien conocen en Málaga y que este curso quiere también desarrollar en el siguiente nivel.
Así fue la Supercopa rusa más extraña de la historia, con buen baloncesto en la cancha, pero extrañas sensaciones alrededor. Ojalá, a no mucho tardar, lo relevante vuelva a ser solo lo que pasa donde bota el balón.
Foto: VTB League
