Noti-Deporte: La historia oculta de la primera Copa Davis de España

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El año 2000 siempre será una fecha histórica para el deporte español. A principios de diciembre, el Palau Sant Jordi se engalanó para presenciar uno de los momentos más inolvidables del álbum de recuerdos de nuestro tenis: la primera Copa Davis de España. De aquella primera Ensaladera se recuerdan multitud de anécdotas y postales, desde el passing shot de Juan Carlos Ferrero a Hewitt en el punto definitivo hasta el «Eh, Patillas» del Rey Juan Carlos a Joan Balcells en la entrega de trofeos. En las raíces de aquella hazaña, eso sí, existe una peculiaridad, una intrahistoria, algo olvidada por muchos: nace desde una fórmula completamente única, un atrevimiento de la Federación Española de Tenis que dio sus frutos en apenas un año.

La RFET decidió instalar el ya famoso «G4» para comandar a la Armada Española. ¿Cómo? ¿Qué es un G4? En lugar de tener a un único seleccionador para el equipo español, el equipo técnico estaría conformado por cuatro entrenadores, cuatro puntos de referencia que actuarían como una sola entidad. Una fórmula sin precedentes que podía dar lugar a una guerra de egos pero que, sin embargo, acabó por hacer buena la tan manida frase de que la unión hace la fuerza.

«Era una fórmula en la que integrábamos dentro del equipo, como si fueran parte del equipo normal, a tres entrenadores: uno era Javier Duarte, el entrenador de Álex (Corretja) y Berasategui, que había entrenado a varios jugadores de aquella época; Josep Perlas, que era el entrenador de Moyà y Albert Costa, y el tercero era Jordi Vilaró, que era el entrenador de Mantilla. Yo era, digamos, el enlace con todos, ya que era el Director Técnico de la Federación Española y el Director del CAR de Sant Cugat, siendo el que viajaba a todos los torneos antes de cada eliminatoria para ver cómo estaban los jugadores y luego hablar con el resto de capitanes para ver cómo iba todo». Quien habla, con las maravillosas vistas de la playa de Puente Romano, Marbella, de fondo es Juan Avendaño, componente de un junte que era un absoluto pozo de sabiduría. La RFET decidió juntar a varios miembros de aquel equipo en un íntimo acto para conmemorar el triunfo, y de ahí salió una amena charla con perlas maravillosas para cualquier amante del tenis.

Noti-Deporte: La historia oculta de la primera Copa Davis de España

«Es verdad que era una fórmula que parecía rara, pero resultó, ya que cuando ganas, todo lo que haces está bien hecho (risas). El objetivo principal era ganar y resultó bien, porque se implicaron todos, jugadores y entrenadores, y salió perfecto», señala el exseleccionador nacional. A aquella selección se le caía el talento de los bolsillos: Juan Carlos Ferrero rozaba el top-10 con apenas 20 años, Álex Corretja era un más que consolidado top-10 en plena etapa de madurez, Albert Costa era uno de los mayores huesos posibles sobre arcilla y Joan Balcells aportaba la magia en el saque y red que tan bien funcionaba en el dobles.

Esa fue la escuadra de la Final, que no contaba con otro gigante, un Carlos Moyà que venía de superar una grave lesión de espalda y que no había formado parte de las eliminatorias anteriores. Josep Perlas, uno de los capitanes del equipo y su entrenador en aquel momento, fue el encargado de darle la noticia. No había ni rastro de cualquier conflicto de intereses: aquel sanedrín tomaba decisiones pensando únicamente en el objetivo final, el de darle a España la primera Ensaladera de nuestra historia.

LAS CLAVES POR LAS QUE ESTA LOCURA FUNCIONÓ

«Funcionó porque eran cuatro personas muy inteligentes, no solo como personas, sino emocionalmente. Se daba la circunstancia de que había tres entrenadores de jugadores implicados, y había eliminatorias en las que el propio entrenador le tenía que decir a su jugador que no iba a jugar. Yo me acuerdo, tengo una imagen de Perlas con Costa, comentándole que no iba a jugar, y la reacción… ‘Perlitas, Perlitas, no me digas esto’, le decía; sin embargo, cambió en el chip en el acto y empezó a animar a todos. Todo el mundo lo gestionaba realmente bien», recuerda con cariño Joan Balcells, quien asumía su rol de especialista en el dobles con ilusión y entereza. ¿También ocurría lo mismo a la hora de designar a los singlistas?

Lo cierto es que los tenistas también jugaron un papel fundamental dentro de esta ecuación. No es fácil verte relegado a un rol secundario o, incluso, no comparecer… y que quien te lo diga sea tu propio entrenador, como si ni él, tu lugarteniente habitual, confiase en ti. Todo tenía una razón de ser, sin embargo, a través de un camino cuyo irrefutable éxito permitió cierta continuidad en el modelo. El mejor ejemplo del poco egoísmo y la hermandad de aquella generación lo relata Álex Corretja, que quien siendo el número uno español no fue seleccionado para jugar en el primer día de la eliminatoria, cediendo el testigo a un Albert Costa que llevó al límite físicamente a Lleyton Hewitt.

«Creo que la fórmula funcionó porque había muchísimo respeto mutuo entre entrenadores y jugadores y, sobre todo, había honestidad. Si Moyà no fue seleccionado en la final porque se consideró que tenían que ir otros jugadores, no jugó. A mí me dijeron el primer día que yo no iba a jugar, que a mí me lo comunicó Duarte volviendo en el avión a Barcelona desde el Masters de Lisboa. Era el número uno del equipo, había jugado todas las eliminatorias, pero me dijo abiertamente que el viernes no iba a jugar, porque creían que el 10 de diciembre, que fue cuando jugamos, iba a venir muy cansado como para enfrentarme a Rafter el primer día, a cinco sets, y afrontar el dobles al día siguiente, que creían que era el partido más difícil, además, claro, de la posibilidad de jugar el último día el punto contra Hewitt otra vez. Es muy complicado y me dijeron que preferían reservarme para el sábado o para el domingo. Joan y yo jugábamos dobles de vez en cuando, nos entendíamos increíble y sacamos lo mejor de nosotros. Primaba lo que era el equipo por encima de las individualidades, cosa que no siempre es así. Lo aceptamos, apostamos por ello».

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Corretja habla de una decisión «antipopular», una que el público no entendió en su momento. Acabó convirtiéndose en un ejemplo de valentía y de colocar al colectivo por encima de las individualidades, plantando la semilla de lo que sería una de las generaciones más inolvidables de la historia en clave Copa Davis. Avendaño recuerda que el periplo de esta fórmula no se quedó ahí: 

«Hay que recordar que la fórmula siguió. Salió Javier Duarte, pero siguió Perlas y se incorporó Jordi Arrese, convirtiéndose en un G3: en los años siguientes, se jugaron tres finales y se ganaron dos. En 2003 jugamos la final en Australia, que no la ganamos por los pelos, y en 2004 se volvió a ganar en Sevilla contra Estados Unidos. Fue algo novedoso, algo raro, pero que tuvo continuidad y deportivamente salió bien».

En aquellos maravillosos años, todo parecía estar conectado: el abanderado de la final del 2000 fue un tal Rafael Nadal, el mismo que sorprendería al mundo emergiendo como el niño prodigio de la final de Sevilla en 2004, en la que sería la segunda Ensaladera de nuestra historia. En aquella eliminatoria, por cierto, Rafa sustituyó en la alineación a Juan Carlos Ferrero… el mismo que se había consagrado como héroe de la final de 2000, dejando fuera en aquel equipo a un Carlos Moyà que cuatro años después daría a España el punto definitivo de su segundo título.

Una generación irrepetible en la que todos los círculos consiguieron cerrarse. Todo ello gracias a una combinación inesperada, una fórmula que no solo no hizo crecer tensiones, sino que reforzó lazos dentro de un grupo que tenía entre ceja y ceja lograr lo que nombres como Santana u Orantes no pudieron. 25 años después, es una gesta que merece ser recordada y aplaudida, un reducto de felicidad de aquella Copa Davis donde ser local o visitante tenía un valor incalculable. Se hizo historia… a su manera. La de ellos. Larga vida al equipo del 2000.



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